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 Owen Dandelion [Humano paladín]

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Dandelion

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Fecha de inscripción : 27/04/2010

Owen Dandelion [Humano paladín] Empty
MensajeTema: Owen Dandelion [Humano paladín]   Owen Dandelion [Humano paladín] I_icon_minitimeMiér Abr 28, 2010 10:35 pm

He dejado mi pasado en manos del destino, pero pienso tomar yo las riendas de mi futuro… forjarme mi propio destino.

Mi madre me crió sólo, mi padre murió defendiendo la ciudad de Stormwind… Era un tema a evitar, a mis oídos habían llegado muchas versiones, y la evidencia, una ciudad en construcción. Ella intentaba sobrevivir y mantenerme como podía, incluso con… oficios “indignos”, no podía dejarme morir. Mi infancia no fue mi mejor momento, vagaba por las calles marginales, los de clase media-alta nos trataban como ratas ¿Y quién podía fiarse de los marginados? Algunos eran como nosotros, pero mentiría si dijera que todos eran así, más bien era una minoría.

Mi madre tomó la decisión de enviarme a la Abadía de Villanorte, donde recibiría una educación y un lugar en el que dormir. Sin embargo, Villanorte no me aceptaría, así pues mi madre habló primero con uno de los sacerdotes. Logró llamar su atención y lograr que la escuchara…

-Porfavor, tienen que aceptar a mi hijo. Él es una buena persona, nunca ha robado o ha hecho daño a nadie, es sólo un niño. Ustedes podrán hacerse cargo de él, lo educarán en la fe de la luz, os pido piedad, piedad por mi hijo… no me importa lo que me pase, pero quiero que él tenga una vida mejor de la que yo puedo ofrecerle.

Yo era muy pequeño, aquello resultaba confuso para mí. Mi madre me había dicho que tan sólo serían unas vacaciones, una visita. Observaba su rostro desde abajo, la conversación.

-Ha de comprender que la Abadía de Villanorte no es un orfanato…

-¿Cómo puedo demostrarle que mi hijo puede entrar?

El sacerdote se masajeó la sien, meditándolo.

-El… el chico estará conmigo un tiempo, si demuestra que sabe comportarse mínimamente para ser educado como sacerdote será aceptado, si no… no.

-¡Bendito seáis! –Mi madre me soltó y se arrodilló ante él.

Entonces mi madre se levantó y me susurró.

-Compórtate bien con éste señor, se bueno… amable y educado. Nunca has sido mala persona –me acarició la cabeza suavemente y con una sonrisa- pero has de prometerme que te portarás especialmente bien con éste sacerdote.

Yo asentí con una ingenua sonrisa y me marché con el sacerdote. Se trataba de un hombre de unos 47 años, calvo y con una larga y canosa barba, ataviado con túnicas viejas, de aspecto humilde. Me tomó de la mano y me llevó hasta una casa apenas reparada en una zona poco visible de la Plaza de la Catedral, me abrió la puerta y me dejó pasar al interior… Luego observó mi rostro por unos instantes y sonrió.

Me invitó a que me sentara en una vieja silla y el se sentó en otra.

-¿Qué sabes de la luz?

-No mucho… mi madre dice que la luz son las cosas buenas como la esperanza, la amabilidad y cosas así.

-Entiendo –Me miró con interés- ¿Tú tienes esperanza?

-Bueno, quizás algún día vivamos en una casa de verdad…

-Otra pregunta ¿Sabes leer?

Sacudí la cabeza negando.

-¿Y quieres aprender?

-¿Me enseñaría? –Pregunté.

-Claro… puedo intentarlo… -Respondió.

Mi madre, en aquellos malos momentos intentaba refugiarse en la luz… la esperanza. En algunas ocasiones le había oído hablar de ella, y le había preguntado por expresiones tales como “Por la luz” o “gracias a la luz”.

El sacerdote entonces cogió un libro sobre la luz y li dejó sobre una mesa entre las dos sillas, lo abrió y empezamos la primera lección de lectura. No se me daba del todo bien pero me esforzaba. Fue ahí donde aprendí por primera vez sobre la luz, aunque yo era demasiado pequeño para poder entenderlo, aunque el sacerdote me lo explicara muchas veces. Era demasiado joven para ingresar en la abadía, así pues el sacerdote me envió a la casa de una amiga suya. Se trataba de una sacerdotisa que tenía en su casa a varios niños huérfanos o con casos similares al mío, pero seguía acudiendo a la casa de aquel sacerdote para aprender sobre la luz.

Mi vida mejoró notablemente, me sentía en una familia… La sacerdotisa solía leernos épicos relatos sobre paladines, justos y nobles que luchaban contra los viles orcos. Como era de esperar todos nos ilusionamos con llegar a ser paladines, y la sacerdotisa bromeaba con ofenderse porque nadie quisiera ser un sacerdote.

Conforme pasaban los días, semanas, meses… años quizás, había comentado al viejo sacerdote acerca de los paladines, él finalmente un día me dijo.

-Hijo mío… -Me llamaba así desde hacía tiempo- yo fui paladín hace tiempo, hasta que mis viejos huesos dijeron “¡Basta!”. Desde entonces oriento mi fe al pueblo… los paladines batallan en la guerra, son los héroes… entiendo que quieras ser uno de ellos.

-Quizás yo pudiera intentarlo…

-Los paladines no son todo corazón, también han de sostener pesadas mazas a dos manos. Quiero decir… deberás entrenarte, muchos se ilusionan, pero no es tan fácil.

-Yo puedo intentarlo
-No dudo que lo intentes, muchacho.

-¿Me enseñará?

El anciano ladeó la cabeza dudando.

-Puedo intentarlo… si… ¿Quién sabe?

-¡Muchísimas gracias!

-Creo que aún conservo mi viejo martillo…

El anciano subió las escaleras y bajó arrastrando un gran estuche de madera, nada más verle corrí a cogerlo, ya que a él le costaba esfuerzo llevarlo y lo dejé sobre la vieja mesa, esperando que él lo abriera. Apreció el gesto y lo abrió… dentro de él había un gran martillo con el escudo de su familia. Él me guió con su voz para entrenarme física y espiritualmente, aunque no tenía demasiada fuerza, y el martillo pesaba un quintal como mínimo.

-Me recuerdas a mi hijo –Comentó, con una amarga sonrisa.

-¿Qué le pasó?

-Dio su vida en la batalla

-Quizás sea la mejor forma de morir… -Comenté.

Él me miró con seriedad.

-Quizás… -Respondió él.

Intentaba practicar yo por mi cuenta, sobre todo para entrenar mi fuerza. Al igual que cualquier persona olvidé una trágica realidad. Me despertaba y salía de mi habitación, que desde aquella antigua habitación improvisada había mejorado mucho. EL sacerdote solía levantarse pronto, yo le esperé… pasó el tiempo, nada. Me levanté de la silla frente a la mesa y me dirigí a su habitación, dormía plácidamente. Le agité suavemente para no molestarlo.

-Despierte, se hace tarde… ¿Rommanth?

Le dí la vuelta, dormía más profundamente de lo que hubiera pensado… No respiraba. Me tapé la cara, me costaba respirar… Volví a la habitación central y me senté, asimilando lo que acababa de suceder.

Pasaba el tiempo, el dinero… maldito y sucio dinero, se agotaba, y no tenía pan que comer. Recordé la Abadía, allí me entrenarían como paladín y encontraría, de nuevo un hogar… Me dirige a ella tan pronto como recordé aquella posibilidad. Allí me recibió un sacerdote, le expliqué mi propósito y le hablé acerca del sacerdote, Rommanth. Pusieron a prueba mis conocimientos sobre la luz, mi fe. Parecían más estrictos que los sacerdotes que había visto. Me aceptaron y continuaron mi educación, reforzaron mi lectura y empezaron a entrenarme duramente como paladín… Se había convertido en una vida algo dura, pues el paladín se orientaba más a la batalla que al pueblo. Perfeccioné mi escritura transcribiendo libros, además nos levantábamos muy temprano por las mañanas para orar y cultivar los viñedos de la abadía. En ocasiones había probelas con los llamados defías. Aquellos desalmados bandidos atentaban contra la abadía y todo Elwynn desde la reconstrucción de Ventormenta, aunque ignoraba el por qué… igualmente, nada justificaba aquel comportamiento.

-Dandelion –Dijo mi entrenador, apoyando la mano en mi hombro mientras yo transcribía un tratado sobre la doctrina de la luz… ya llevaba varios en mi estancia en el monasterio.

-¿Qué sucede?

-Quiero que te encargues de llevar la justicia a los bandidos defías.

-Pero…

-Muchacho, son inmundos… Han saqueado, robado, asesinado y hasta violado, merecen ser ajusticiados, y el pueblo merece justicia, ¿Pretendes dejar que maten más sacerdotes?

-¿Más?

-Si… ayer el joven Rochester fue asesinado cuando se dirigía a los viñedos.

Me quedé sin palabras. Rochester era un compañero de la abadía, era sacerdote pero cuando teníamos tiempo charlábamos y poníamos en común nuestras ideas, o contábamos experiencias pasadas… Y había muerto, pero ésta vez injustamente. Asentí a mi maestro y me fui al dormitorio común, saqué un viejo estuche de madera de la cama, y de él, un viejo martillo.

Me equipé con una armadura, lo suficiente para luchar contra unos bandidos, y me dirige junto a un grupo a los viñedos. Era bastante preocupante, los viñedos estaban plagados y los defías campaban a sus anchas. No pude atacar el primero, otros tuvieron más sangre fría para ello, fue cuando vi en peligro a los demás, y cuando yo mismo me vi en peligro cuando decidí entrar en acción. Era desagradable robar la vida, pero era por un bien común… esos monstruos no merecían menos, me repetía una y otra vez.

Limpiamos los viñedos satisfactoriamente, pero la experiencia en el fondo había sido desagradable. Mi maestro, que lo había previsto me dio una breve charla para convencerme de que en aquel caso era lo correcto, me puso todo tipo de ejemplos y situaciones… casi me alegré de hendirles mi maza, pero yo no era tan sanguinario, ni lo soy ahora.

Muchos defias escapaban, cada algún tiempo teníamos que enfrentarnos a ellos, y aprendía a tener sangre fría sólo cuando fuese necesaria. También se nos encargaba acabar con algunos gnolls… alimañas. No salíamos sin embargo demasiado de la abadía, ni falta que hacía, supongo. Los paladines en cambio querían luchar contra otros, como los caballeros de la Mano de Plata lo hicieron en su día… Todos les guardábamos un gran rencor, aquellos seres no albergaban un ápice de humanidad.

Con el tiempo aprendía a manifestar la luz… Por fin. La primera vez que la manifesté, que con ella sané una herida fue… inolvidable, una gran experiencia. Fue lento, pero me aseguraron que, con práctica, lo haría con más rapidez, y que aprendería a manifestarla con otras aplicaciones. Había pasado mucho tiempo, nuestro maestro nos había convocado en la entrada de la abadía.

-Han pasado muchos años desde que llegasteis, años en los que os habéis esforzado para forjaros como auténticos paladines y sacerdotes… hoy, os reúno para decir que estáis preparados, no sois héroes, ni cancilleres, ni generales… no sois paladines de la mano de plata. Convertiros en leyendas sólo depende de vosotros, y no de mí, yo os he iniciado en éste largo camino, y ahora… vosotros habéis de continuar. Dad vuestra vida por los demás, para eso habéis sido entrenados… Dad fe al pueblo, sois la esperanza, sois la justicia… la bondad…

El discurso se prolongó unos minutos más, no hicieron falta títulos. De ahora en adelante, forjaríamos nuestro futuro. Ningún entrenador podría enseñarnos más pues sólo nosotros podíamos aplicar lo aprendido.
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Owen Dandelion [Humano paladín]
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